Desde hace casi un año vivo en una finca de tierra caliente, en el occidente de Caldas, a mil metros de altura, cerca al río Cauca. Fui invitada por causa de la pandemia y aquí estamos, en casa de una familia amiga. Oportunidad contradictoria, en medio de un mundo de dolor y muerte, puedo dedicarme a vivir y a conocer la Vida.
Desde el primer día he sembrado, con poco éxito, me ha quedado difícil entender el cambio de clima, los animales, el sol, la tierra, pero ahora que empiezo a entender algo, y algunas plantas han arraigado, me animo a escribir. Al mismo tiempo veo crecer el rincón de maleza, que tiene más tiempo, pues desde hace 4 años marcamos un pedazo donde la naturaleza pudiera crecer libremente, hacer lo que le diera la real gana. Y ha sido tan bello, que desde hace 6 meses ampliamos ese espacio. Sembrar yo y ver la otra siembra, la que hacen los demás animales y plantas, hongos y bacterias, y tratar así de entender este lugar vivo, ha sido una muy profunda felicidad. En este tiempo, además, me han acompañado tres niños, hemos hecho lombricultivo, pacas, observación de bichos, semilleros.
También he cocinado maíz y fríjol de mil formas, sembrado aquí, ese sí con mucho éxito, pero claro, por la ayuda del agregado de la finca.
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